Una mañana de sábado
- Karina Sarmiento Torres
- 25 may 2024
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 23 jul 2024
Una mujer sostiene a un niño con su brazo derecho mientras con su brazo libre hace malabares con dos pelotas. Mis ojos la miran absortos. Ejecuta la acción con tanta ligereza al mismo tiempo que se pasea en medio de la fila de autos detenidos por el semáforo.

No veo a nadie dar una moneda. Tampoco lo hago yo, casi nunca tengo monedas y sobre todo no puedo hurgar en mi cartera mientras conduzco. Por un lado, nada es fácil de encontrar en ese bolso de espacio infinito y distraerme unos segundos del cambio de luz me genera ansiedad.
El semáforo cambia de color y abandono la imagen de la mujer y el niño.
El hombre que va a mi lado, actuando de copiloto, me dirige y da instrucciones por donde seguir. No conozco la ciudad. El hombre alcanza a ver a otra mujer y me la señala. Ella siempre para aquí, dice. Parece que no está bien de la cabeza, solo deambula por aquí todo el tiempo.
La observo, lleva dos pantalones y una falda larga por encima. Un polo blanco y un buzo por debajo. En la cabeza parece que lleva algo parecido a un turbante, pero desprolijo.
No respondo a su comentario. A mi memoria llegan los noventa, la Thatcher y mis días en Brighton. Una mujer muy parecida caminaba todos los días por la cuadra de mi casa. En las mañanas, cuando me dirigía a tomar el bus, nos cruzábamos. Ella siempre venía mirando al piso y solo giraba su cabeza en el momento en que nuestros cuerpos estaban a la misma altura. Me miraba y sonreía, yo le sonreía de vuelta. Hasta que una mañana, algo que llevaba en las manos se le cayó. Me apresuré a recogerlo, pero mi acción generó un enojo tal, que no paró de insultarme. En esos años, el recorte del gasto público había enviado a las calles a muchas personas que necesitaban asistencia. Salí huyendo de la escena.
El recorrido en el auto termina. Ahora nuevamente a pie. Camino hacia otro distrito. El mapa en Google me indica que serán cuarenta y seis minutos. Empiezo la caminata, esta vez con Nina Simone en mis audífonos.
En la mañana antes de salir, en el chat de los hermanos, mi hermana comentó sobre Días Perfectos de Wim Wenders, que le había gustado. Días antes le había contado que tenía que verla. Lo que no le compartí fue la impresión que me produjo escuchar Feeling Good al final, un cierre casi personalizado, pensé. Ese día en el cine, el hombre a mi lado me miró al sentir el cambio en mi respiración.
Nina Simone me acompañó varias cuadras, pero luego hice un cambio para llegar con el ánimo adecuado a mi clase de contemporáneo. El relevo lo hizo Tiersen, el Viaje de la Madre. Perfecto.
La conexión mágica de las sensaciones se produjo otra vez. Cada nota de piano recorría mi cuerpo, mis pasos se aceleraron, ya casi corría y había tiempo. Estuvo bien, llegué listísima.
Ya en ese espacio, me quito los zapatos. Los pies descalzos sienten el piso. Comenzamos sentadas. Lucía, la maestra, comienza los ejercicios de calentamiento. Lucía hace referencia a la técnica de Isadora Graham en cada momento y habla de ella, con tal familiaridad que da la impresión de ser su amiga.
Ahora mi cuerpo está recostado en el piso de la sala de baile. Una respiración profunda, la contracción, dejar ir y no abandonar. El ejercicio comienza lento, casi imperceptible para cada parte del cuerpo que poco a poco va tomando acción. Es como si se mantuvieran ausentes, dormidas, la mayor parte del tiempo, hasta que solo en este momento, les doy permiso para ser. Dar permiso para que el cuerpo despierte. Me impresiona.
La espalda toca la textura lisa del piso, gira y gira como un rodillo.
Mis pensamientos están en el movimiento. La parte de la improvisación llega, juego. Somos solo tres mujeres y Lucia. Al cierre de la clase, nos pregunta cómo nos sentimos. Un poco más segura, digo.
¿Segura de qué?, me pregunto luego.
De regreso a casa, camino otra vez. Me cruzo con una feria por el Día de la Madre: ropa, plantas, piedras, comida, libros.
La recorro, no llevo prisa.
Decido pararme en uno de los espacios e inspeccionar lo que ofrece. Pregunto por el precio de una camisa. Ensayo, la persona de la tienda, es la indicada. Sin que ella sepa lo difícil que me resulta, lo de preguntar y comprar, ella me acompaña. Su amabilidad me desborda y caigo rendida. Termino comprando tres piezas.
Continúo con el recorrido, ahora lo hago deprisa, solo me detengo por una botella de vino.

Las calles del final del recorrido están llenas de gente, es un sábado distinto. Se prepara para el festejo de las madres.
Al entrar a casa, mi perra está ansiosa por salir. Yo le pido que espere, es tiempo de un café. Lo preparo y me siento en la mesa del comedor. Sujeto la taza con ambas manos y lentamente voy tomando el líquido caliente. Tengo todo el día por delante y un cuarto para escribir.
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