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Marzo

  • Foto del escritor: Karina Sarmiento Torres
    Karina Sarmiento Torres
  • 15 mar 2023
  • 4 Min. de lectura

Nada parece avanzar despacio estos días. Pareciera que no tengo tiempo de levantarme y ya estoy otra vez sentada y lista para levantarme otra vez. Marzo ha sido así, inundado de noticias, cosas inesperadas, amores, actividades que extrañaba, disfrute, silencios, disgustos, alegrías, noticias de personas que no esperaba. Pero este marzo, la trajo de vuelta a ella. Meses sin sentirla, meses sin que tuviera oportunidad de tomarme por sorpresa y un pequeño descuido, solo un pequeño descuido hizo que llegará así sin avisar. Entró por la puerta principal y me encontró sentada en la silla turquesa donde en la tarde me gusta sentarme a leer o simplemente descansar. Era el inicio del mes y tiempo de luna nueva.


Al llegar me saludó con un tono irónico y un gesto crudo, sin afecto, tampoco podía ser distinto. Ella es así, torpe. De golpe comenzaron los reclamos. Entremezclaba temas antiguos con situaciones nuevas, de aquella vez en que pude haber llamado y preguntado cómo está mamá o aquella otra en que preferí seguir trabajando a darme un tiempo y ahora, que si seré suficientemente capaz de mantener una relación y tantas cosas. Traté de que sus palabras no me afectaran y con todas mis fuerzas decidí bloquearla aferrándome a la lectura de un libro nuevo, Cometas en el Cielo, que calza muy bien en estos nuevos tiempos de guerra. En la lectura, me transporto a las calles de algún lugar de Afganistán y el juego de dos niños distintos y amigos, y esos conflictos sobre las expectativas de los otros. Su voz queda relegada en algún lugar de mi cabeza, creo que no paró de hablar. Permanezco cuatro horas en la lectura cuando de repente me hipnotiza. No me doy cuenta, quien sabe por qué caigo en esa provocación. No sé por qué pierdo la voluntad con esos juegos locos que monta, pero lo hizo y nuevamente me ha quebrado, ahora sin fortaleza me someto a su voluntad. Bailo de manera frenética, con movimientos que ya hace mucho no hacía, pienso que me liberan, como si hubiese estado atrapada, pero nada me ata, ella me confunde, me transporta a historias irreales que hago reales en ese instante. Tomó un libro y leo en voz alta como si fuese el ensayo de una puesta en escena, la que ella ha montado. Lloro. Desearía estar sola. No la necesito y quisiera que se fuera, pero sé que no se irá. Estaba claro que marzo sería un mes largo y complejo. Esa noche dormí tarde, pero dormí. Al día siguiente tuve la impresión de que se había ido, me sentía tranquila, pero al verme al espejo supe que seguía allí, habitándome, torturándome, cuestionándome.


La primera semana de marzo pasó así con cambios bruscos que afectaban mi humor, sin ganas de hacer la compra, sin ganas de comer siquiera, pero hice la compra o al menos un intento de ella, comí, reí y disfruté. Nadie supo que ella había llegado o casi nadie. Ella me acompañaba como sombra, permanente y ligera.

El resto de las semanas me hizo evadir encuentros creando excusas que yo misma terminaba creyendo. Aunque también logré por momentos olvidar su presencia. Me permitía entonces descubrir nuevas experiencias que marzo trajo. Los abrazos fuertes, continuos y calurosos. Los besos profundos e intensos. Las conversaciones de recuerdos únicos que nos van definiendo. Las ideas sobre quién somos y cómo somos con un otro. Los juegos, sí, los juegos de niños, juegos de adultos, juegos de juegos que producen placer. En esos momentos, ella se confundió con todo, supongo que me observaba, pero no lograba distraerme. Yo lograba olvidarla y daba espacio a descubrir partes de mí desde una nueva mirada. Aunque suene increíble, una mirada más ligera, yo enamorada del mundo, de su gente, de su espacio.


Sin embargo, ella estaba allí e iba con tanta fuerza que a pesar de todo se hizo sentir un par de veces. Así fue como llegó esa noche, no sabía que se trataba de su despedida, así que mientras sucedía no imagine que por fin se iría. Todo inicio con una simple llamada de WhatsApp. Esa noche yo había llegado a casa con toda la fuerza del día, emociones desbordantes, un día intenso de conocer gente, de trabajar con más gente, de solucionar problemas, de ver alegrías. Tenía una necesidad de expulsar palabras, de darles forma y nombrar las pequeñas hazañas que me había brindado la vida. Ese deseo me hizo pedirle a él una llamada de WhatsApp. Esas llamadas que te dejan ver a la otra persona en su espacio, en su tiempo. Al hacerlo mi emoción se enfrentó a un cuerpo sentado en un sillón con los ojos abiertos y huraños y una batalla absurda arrancó. La imagen necesaria para mí imposibilitaba a la otra persona moverse libremente a su ritmo o al menos así lo describía. Unos libres y otros atrapados. En mi oscura realidad, esa reacción justa e individual, se me presentaba como una puñalada, una traición. ¿Qué podía ser más importante que mi rostro y su rostro en ese preciso momento? La llamada, luego de varios intentos, terminó.


Ella tenía entonces el escenario ideal para exprimirme con fuerza y lo hizo. Mientras me enredaba con pensamientos de finales posibles de una relación que empieza, tomó mi corazón y me lo arrancó con fuerza. Lentamente, comenzó a estirarlo sobre la mesa del comedor, como si se tratará de una masa que ella pudiera transformar, una cosa, un objeto. Sentí que levitaba, una sensación extraña, mi corazón estaba allí, húmedo, sangrando, separado de mí. ¿Cómo puede mi corazón abandonar su guarida? En la masa esponjosa y húmeda comenzó a dibujar imágenes de cada deseo no cumplido, cada caída provocada, cada caída inesperada, cada silencio y cada grito. Como puede el cuerpo desprenderse de su existencia y con tanta fuerza nombrar el dolor. Qué inútil imagen pensé. Qué trata de hacer. Esa imagen brutal finalmente me hizo despertar. Algo más importante había pasado en marzo, no era precisamente su llegada. Ella continuó con su absurda provocación, pero no pudo más y se rindió.


Su exageración fue mi liberación y coincidentemente una nueva luna anunciaba abril.










(texto de abril 2022)

 
 
 

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