Los sueños
- Karina Sarmiento Torres
- 4 feb 2021
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 26 feb 2021
Una mujer que me interroga todo el tiempo me invita a sentarme. En una enorme bolsa tiene guardados los sueños, sueños de lo que fue y de lo que vendrá. Me invita a tomar uno. ¿Por cuál comenzar? No se puede escoger, se los puede palpar. El tacto te puede guiar, pero me dejo llevar. Atrapo el primero. Ese me encanta, la gran terraza a la entrada de la casa de la tía, la casa se despliega poco a poco mientras abro las manos, entonces una luz brillante aparece, ese cielo de un celeste intenso y la energía del Ahuaca – esa hermosa montaña que protege a Cariamanga-. Conforme se despliega el sueño, aparece ese hermoso jardín con rosas de todos los colores que cae en cascada hacía un patio central. Un árbol en el centro o tal vez no tan al centro y una piedra redonda grande a un costado – como un pequeño asiento -. En el patio central está la tía, me llama, bajo corriendo, ella avanza y se adelanta. Sigo, sigo bajando, llego al fogón que está prendido y el aroma a café pasado se descubre a medida que las escaleras terminan. La tía está allí, te regresa a ver con un pequeño gesto, una sonrisa, que se siente más como un abrazo, me dice que me estaba esperando. Las tortas y el queso ya están en la mesa, también está ese dulce de guayaba – que solo ella preparaba no tan dulce que te provoca comerlo sin parar -. Esta vez tomaré café y no el vaso de leche con ese dulce de guayaba. Aunque también se me antoja el dulce de guayaba. Oigo voces arriba, alguien ha llegado, son las primas, es el tío que baja por las escaleras hacia el fogón, lleva su sombrero. Alegre se sienta en la mesa con bancas de madera y toma café con nosotras. Las primas me llaman, vamos a pasear al parque, tomamos todo el tiempo para lentamente dar vueltas alrededor del parque. Las vueltas a paso lento, me cuesta mantener el ritmo lento, pero aprendo, me agrada. Llegan más amigos, siempre hay un plan, una fiesta, vueltas en alguna camioneta. Caminamos por Cariamanga, las casas todas, tienen la puerta abierta, se entra y se sale, se saluda. Todos invitan. La tía me llama, regresamos. El día termina.

Surge un día nuevo – el sueño no acaba - y entonces, la tía está allí esperando, vamos a la finca. Recorremos los sembríos de café, de cacao, la tía abre un fruto y nos muestra, lo pruebo. La niña urbana se asombra. La caña de azúcar ya está en el molino. En el molino está el tío. Comienza a moverse la rueda del molino, se empuja fuerte, fuerte para darle vueltas y el guarapo comienza a salir. Todos lo toman, esta vez yo también. El sonido de la pela de chanco me sorprende. Otra vez estamos todos, somos toda la familia. Esta vez entran también Juliana y Sono al sueño, ambas estuvieron un día allí conmigo. El animal colgado del hocico, poco a poco desprendido de su piel y su carne. Veo a Juliana, mi amiga británica, que nunca ha visto una gallina viva hasta entonces y ajena a esa escena de campo y tradición, espantada. Comienza el festín que nos tendrá absortos todo el día, entre la cocina, la conversa, el juego y la siesta. La llegada de cada uno de los platos, todos desordenados, hasta que llega la fritada. Hay música, hay risas, hay historias de cuando los padres eran niños, se toman en pelo los hermanos. La tía atenta a todos y todo interviene en cada escena, motiva y elige la música. El pasillo se escucha, ella lo adora.
Estamos nuevamente, en la casa – la suya y la nuestra -. La tía se ve hermosa, me abraza, mis ojos lloran - me hace tanta falta, aunque siempre me acompaña -. Desde la puerta, que da al patio central, con una mano en la cintura y en la otra, un tabaco, dispone. Invita a todas a comer, a tomar algo, a bailar, a cantar. De repente, deciden todos disfrazarse, regresan con vestuarios improvisados y caretas que sorprenden. En la casa mágica de la tía se encuentra de todo. La noche no termina, entre risas, bromas, el pasillo y la bebida.

La tía sigue aquí, es un nuevo día, ahora está terminando de coser mi muñeca. La mesa de costura está dispuesta en la terraza encima del rosal que cae en cascada. Una mesa larga de trabajo - que deseo tener un día en mi casa -. Allí están la máquina de coser, las tijeras, cintas métricas, telas, alfileres, tantas pequeñas cosas. La muñeca de trapo más grande que he visto está ya en molde. Ya le puse nombre, Marcia. Observo como avanza el proceso. Ella recorta la tela. Mientras espero, me entrega otra muñeca de trapo, pequeña, que ya tiene un vestido rojo de falda amplia. Juego con la pequeña muñeca, mientras Marcia cobra vida. Marcia tendrá un vestido morado con encajes y el pelo negro rizado. Ya está casi, ayudo a llenar las partes con algodón de ceibo. Abro los ojos, Marcia está sentada y ahora quiere inventar más cosas con nosotras. La tía no para, parece que no pudieran caber más cosas y ahora aparecen rosas y claveles de papel. ¡¿De dónde sale todo esto?! Es una casa mágica, ella – la tía – es la magia.
No quiero salir del sueño, pero la mujer me sacude. Alguien toca a la puerta, a veces quisieras que no toquen a la puerta. De acuerdo, volveré a la bolsa de sueños más tarde, por ahora despierto.
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