Las palabras
- Karina Sarmiento Torres
- 26 nov 2020
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 3 feb 2021
Hay frases que te marcan. Cuando era pequeña, mi hermano y yo viajamos a casa de las tías por las vacaciones. Íbamos solos y mi papá, antes de partir, le dijo a mi hermano: cuida a tu hermanita. En ese momento, recuerdo que las palabras de mi papá me confundieron, no había entendido hasta entonces que yo debía ser cuidada de manera diferente que mi hermano. En todo caso, viajamos y mi hermano tenía entonces la responsabilidad de hacerlo, de cuidarme. Todo estuvo bien, hasta que llegó el momento, en que debía ejercer su función de cuidado y en una situación de “alerta” - con su increíble carisma y forma conciliadora de hablar desde pequeño - me dijo: “No te sientes allí que es peligroso” y yo, rápidamente, respondí: “Yo puedo cuidarme sola”, lo hice con tanta certeza como si hubiese estado esperando el momento para decir esas palabras. Fue una sentencia inapelable que desde ese día llevo estampada en mi memoria y en todas mis formas, pues nunca pude retractarme de ella, de mi propia sentencia.

Cuarenta años después pienso en cómo a raíz de entonces esa frase dicha para defender mi deseo de ir en el balde de una camioneta, se impuso como un criterio de vida duro y no siempre fácil de digerir. Mi hermano tenía razón, yo lo sabía y, sin embargo, defendí mi posición sin parpadear. Con tanta certeza que no hubo argumento de réplica - por la dureza de la sentencia y por la nobleza de mi hermano -. Luego le fui cargando a esa frase de complementos: yo puedo cuidarme sola cuando salgo, cuando viajo, siempre puedo cuidarme bien, yo puedo. Sin duda, ese convencimiento me permitió ir sin miedo. No siempre sin tenerlo, pero en todo caso, siempre pretendiendo que no lo tenía.
Esa frase no salió por azar, sin duda era una característica que se fue tallando en mí desde pequeña. Recuerdo una tarde en que estábamos los tres hermanos en la casa. Mi hermano dijo que saldría a buscar a sus amigos y mi hermana estaba en el estudio – no recuerdo si estaba sola o con su amiga Mónica -. Yo estaba jugando, atenta a que mi hermano volviera. De repente escuché voces en la sala, salí rápidamente pensando que mi hermano había llegado, pero no. Al entrar en la sala encontré a dos jóvenes que se estaban llevando la colección de discos LP. Yo los miré fijamente y ellos, que tenían los discos ya dentro de una caja listos para ser robados, se apresuraron a salir corriendo y saltaron por la ventana llevándose la caja. Yo corrí detrás de ellos, salté por la misma ventana y los perseguí por el callejón al lado de la casa. Allí dejaron la caja de discos y yo paré de perseguirlos. Tomé la caja y regresé a la casa. Traté de entrar nuevamente por la ventana, pero ya no tuve la fuerza para saltar. Entonces, llamé a mi hermana para que me abriera la puerta. Ella me miró y no entendía cómo yo estaba afuera y por qué tenía los discos en una caja. Cuando se lo expliqué, no lo podía creer. Por muchos años siempre volvíamos a contar esta historia. Entonces seguramente yo tenía 6 o 7 años. No tuve miedo en ese momento, solo pensé en que estaban tomando mi disco de cuentos preferido que solía escuchar sin parar.
Son muchas las decisiones que he tomado sin dudar, sin parpadear, con un riesgo intrínseco que al inicio no podía ver y luego poco a poco fui entendiendo mejor. Como mujer además te toca – lastimosamente – estar atenta a tantos otros riesgos, pero ciertamente los tomé y burlé - no sin dolor - pero sin detenerme. Más allá de eso, hoy en día la posibilidad de tomar riesgos me incentiva. Imagino que debe ser como esa sensación de lanzarse de un avión con paracaídas sabiendo que, gracias a la adrenalina y a pesar del temor de esos minutos en el aire, estaré al fin bien parada y satisfecha, una vez que llegue a tierra.
En estos días, he vuelto a aventurar la imaginación pensando en nuevos riegos. Solo que ahora sé que en efecto puedo cuidarme sola, porque tengo la certeza de que no lo estoy, que siempre he tenido a mi familia y amigos y amigas que me acompañan. Estoy segura de que, si bien ese día mi hermano no replicó mi dictamen, permaneció allí a mi lado cuidándome sin decirlo. Es esa certeza, ciertamente, la que ahora la vida me regala, el saber que nunca he estado ni estaré sola.
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