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La casa de las nubes y el Colibrí

  • Foto del escritor: Karina Sarmiento Torres
    Karina Sarmiento Torres
  • 18 jun 2020
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 22 jul 2020

La Casa de las Nubes es uno de los lugares más cálidos que he conocido en los últimos años. Es un lugar de mucho color, alegría, energía y creatividad. Desde la Casa de las Nubes se tiene una de las mejores vistas de Lima. Tuve la suerte de llegar allí y desde allí pude ver los más lindos amaneceres y atardeceres. Pero, sobre todo, en este lugar maravilloso pude compartir con una persona, que irradia tanta luz como el sol y la luna de días, atardeceres y noches: Karla, el colibrí. Aquí les cuento por qué.

Una querida amiga común nos había presentado casi dos años atrás, pero por esas cosas de la vida conocí a Karla solo un par de meses antes de la fecha prevista para mi partida de Lima. Yo había planificado con mucho detalle mi mudanza: los documentos de viaje de Kiki y Puca (los dos perritos de la familia), empacar las cosas de casa y enviarlas de vuelta al Ecuador, escoger lo que se quedaría conmigo en Lima, vender y donar una parte de mis cosas, devolver el departamento que había alquilado y encontrar un espacio temporal para febrero y marzo, en fin, un sin número de detalles. Además de todo esto, planifiqué para esas fechas una cirugía que necesitaba. Todo cuadraba de una manera exacta y cada cosa se cumplió como previsto hasta la segunda semana de marzo que ingresé a la clínica. Ya amigas, Karla me ofreció quedarme en su casa en marzo después de la operación. Karla fue mi cuidadora durante la convalecencia.

Sin embargo, durante la semana de mi recuperación el mundo estaba cambiando radicalmente. El viaje de mis colegas a México se canceló, se anunciaban medidas de aislamiento en Italia, el virus de Wuhan estaba ya en todas partes, en fin, todo cambiaba. A las 14h00 del sábado 12 de marzo, Ecuador cerraba sus fronteras y Perú hizo lo mismo dos días después. La fecha de mi regreso quedaba en suspenso.


Para entonces la generosidad de Karla estaba demostrada. No solo me cuidó durante mi recuperación y me dio alojamiento temporal, sino que además me ayudó a vender y donar algunas cosas y se ofreció a cuidar mis plantas. Sin embargo, acogerme sin fecha de salida, me parecía que era demasiado pedir, pero no había opción ni para ella ni para mí. Así nos encontramos las dos, enfrentando el aislamiento obligatorio juntas.


Ya las semanas anteriores al anuncio del aislamiento habían probado ser muy lindas, nuestras conversaciones en la cena, que era cuando nos veíamos, las estábamos disfrutando; pero las nuevas medidas implicaban que estaríamos juntas todo el tiempo y sin fecha de fin. Rápidamente nos organizamos para abastecernos de provisiones, que incluían una cantidad adecuada de vino – compartimos el gusto de tomarnos una copita o dos cada noche o con cada buena comida -. Si tuvimos alguna preocupación por el reto de compartir esos días de aislamiento, pienso que pronto se desvaneció.


Como si fuésemos amigas de toda la vida, nos cuidamos. Nos dividimos funciones de limpieza, de preparación de alimentos, de compras, sin casi conversarlo – obviamente, coordinábamos juntas –todo fluyó. A mí me inspiró tanto, que me permitió afianzar mi práctica de yoga y meditación, mis lecturas y el cierre de mi trabajo y la tarea de buscar uno nuevo. En la Casa de las Nubes también estaba Puca, quien también se adaptó muy bien - aunque a veces dejaba un regalito en lugares que no debía, ¡sh! -.

Todo fluía gracias a la energía de Karla, que nos alimentaba también. Ella estaba avanzando con su trabajo, pero paralelamente avanzaba en apoyar a creadores – músicos – peruanos que ella lleva en el corazón y que mueve y promueve con una fuerza única. Además, al mismo tiempo, estaba pendiente de todas las personas de su vida.

Tengo que decir que me impresionaba, porque a muchas nos pasa que las personas que queremos están en nuestro pensamiento y no se lo hacemos saber. Sin embargo, Karla tenía tiempo para llamar a cada persona, amigos, amigas, familiares, y siempre con una alegría que inundaba el espacio. No solo eso, sino que muchas veces me recordaba no olvidar que debía llamar o escribir a alguien importante de quien le había hablado. Además, durante el primer mes del aislamiento, a las 20h00 en punto, Karla estaba ya lista para aplaudir y recordar al barrio que somos gente solidaria.


En esos días me puse a cocinar, lo disfrutaba y me parecía que era una forma de decirle lo feliz que estábamos Puca y yo (debo decir que mis platos estaban inspirados, la verdad creo que ese es un talento que puedo explorar más). Nuestras cenas eran largas, casi siempre con profundas conversas sobre nuestras historias y sueños. Tal vez el proyecto de Pequeñas Historias se comenzó a gestar en esas largas horas de convivencia. Conocí a toda su familia, a los que están y no están físicamente, y casi pude ver a todos los espíritus y ángeles que la acompañan, que inclusive siento me acompañaron a mí también y se conocieron con los espíritus y ángeles de mi propia vida.


Cuando surgió la oportunidad de volver al Ecuador en un vuelo humanitario de un día para el otro, si bien me alegraba la idea de volver y arrancar mi nuevo comienzo, mi corazón se hizo chiquito. Nos abrazamos muy fuerte y en nuestra última noche de confinamiento tuvimos una rica cena, con vino y postre, tuvimos una buena conversación, nos leímos el oráculo de las diosas y el I Ching. Al día siguiente, nos despedimos muy temprano. La vida me había regalado la mejor inspiración para mi nuevo comienzo. Nos quedó pendiente ir a una peña limeña – se las conoce todas -.



 
 
 

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1 Kommentar


Conchita Guillem
Conchita Guillem
18. Juni 2020

Buenísima tu gratitud amiga para esa persona especial Karla tan generosa y bondadosa !

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