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El aquí y el ahora

  • Foto del escritor: Karina Sarmiento Torres
    Karina Sarmiento Torres
  • 8 oct 2020
  • 3 Min. de lectura

La pandemia no ha pasado. Tengo muchos planes e ideas aplazados sin tiempo preciso. Es la primera vez que no tengo medido lo que haré a corto o mediano plazo, solo tengo el deseo y las ganas de construir un nuevo inicio. Pero este comienzo ha tenido un largo preludio. El sacudón de la pandemia, que aún nos sigue sacudiendo, provocó no solo que los planes de inicio de año se pospusieran, sino que me obligó a repensar todo. Entonces, por primera vez, decidí que dejaría actuar a las energías que me acompañasen en el momento de optar por un camino u otro, o, dicho de otro modo, que dejaría que el corazón me guiara.

Ver y saber que tengo opciones es muy reconfortante. Dejar que mi intuición y mi corazón me guíen y vivir la intensidad del momento suena muy bien, pero lo de no fijar plazos es algo que me cuesta y allí está el detalle de la lección más compleja del fluir: el vivir el aquí y el ahora. Suena lindo y es fácil decirlo, pero sin duda, requiere romper con muchas mañas de la mente y el cuerpo. Para mí es mi prueba de fuego, un reto, pues lo de tener todo controlado se me da con facilidad. Así que el no hacerlo me hace sentir que vivo una abstinencia. En mi primera historia en el blog les conté como preparé mi mudanza de regreso a Ecuador, todo estaba medido por días que incluían los días de preparación, los días de la mudanza, el día de las donaciones, incluso los días de retrasos o imprevistos – que siempre pasan a menos que vivas en Suiza -, cada detalle estaba controlado con una precisión de relojera.


Tarea compleja es disfrutar el momento. Bueno, no crean que no disfruto el momento, pero me refiero a otro disfrute del momento, a un disfrute sin pensar en tiempos y explorando lo que está allí en ese instante frente a ti, el día a día o inclusive el minuto a minuto, lo no planeado, el estar, el ser: una conversación con la hija, el silencio y lectura del periódico de papá, el ver a mamá preparar unas tortitas de plátano, el leer un libro, el escribir un texto, el observar a los perritos y sus carreras, cerrar los ojos y sentir la brisa del mar en una hamaca. Cada momento en todo su contenido, con los cinco sentidos, sin pensar en lo que vendrá después.


Planificar el día es siempre más sencillo cuando hay tareas del trabajo. Por ejemplo, durante el aislamiento en Portoviejo, colaboré en la elaboración de una guía de derivación segura de casos de protección internacional para una organización regional. Lo disfruté mucho y sí, era más fácil planificar el día y cumplir la meta diaria de la consultoría. Cumplí con los plazos obviamente. Asimismo, en la convivencia con papá y mamá, asumí el rol de responsable de las medicinas – el rol lo tiene siempre mi madre – digamos que ocupé su rol por un periodo, coloqué alarmas para el horario de cada dosis, y armé un cuadro para llevar un control y durante estos meses, me aseguré de tener una provisión adecuada de cada una aprovechando los descuentos ocasionales en la farmacia. Este proceso implicaba incluso saber cuántas tabletas vienen en cada caja de modo que todas las dosis estuviesen abastecidas. Todo marchó en el orden previsto.


Ahora me estoy asustando, parece ser que en efecto soy obsesiva con esto de la planificación. No es tan grave como suena, porque al releerlo me parece que suena grave. Tal vez son solo esas cosas que te llegan por el día en que naciste, dicen que las personas de signo Virgo somos un poco jodidas con el orden y la planificación. Liberarme del estrés de tenerlo todo bajo control. Lo cierto es que estoy rompiendo con ese patrón. ¿Cómo avanzamos si no rompemos patrones? Se imaginan llevar a cuestas esta obsesión.


Es cierto que no tengo un plan preciso ahora, pero si estoy pensando en opciones y muchas, aunque no ejecute ninguna todavía o no le ponga tiempo aún a cada una. Así como cerré la parte planeada de este año – mi primer trimestre -, en septiembre arranco con una cuarentena de meditación, yoga y alimentación sana, esta vez sola, o más o menos sola, con mi hija a 47 km de distancia y con la compañía de Puca. Ya les contaré qué sale de esta intensa preparación y cómo logro ajustarme al aquí y el ahora.

 
 
 

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