Eclipse
- Karina Sarmiento Torres
- 15 nov 2023
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 17 nov 2023

Un hombre que apenas conozco dice que escribo con un aire de nostalgia. Yo digo que sí, la nostalgia del pasado, del presente que se esfuma y del futuro que tal vez será. Un tiempo que no fue y que obviamente no extraño, pero causa curiosidad. Me pregunto cómo mi cuerpo hubiese jugado con nuevas presencias, qué colores habrían llegado, qué nuevas canciones se hubiesen sumado a mis danzas matinales, que personajes se sumarían a mis pensamientos como extensión del afecto a otro, como la madre ausente del uno, o los viejitos del otro, o la vida en familia que se acaba de ese aún más lejano o la soledad. Lo cierto, es que, en medio de esta nueva nostalgia tramada por el deseo, mi ritmo del día en realidad no tiene espacio para esta indulgencia. Insisto, sin embargo, en provocarla porque la nostalgia me crea un placer innegable y parece que la energía del eclipse todo lo intensifica.
El eclipse se apoderó de mi tiempo. Una mezcla de eventos difíciles, emocionantes, noticias esperadas e inesperadas, historias incompletas, historias pendientes. Así, en este tiempo de lunas y soles absolutos, nuevas aventuras llegan. La más transcendente es la del nuevo espacio que habito, un nuevo barrio que voy descubriendo, mi nueva cueva de colores donde las paredes sudan mi cansancio, mi placer, mis gritos. Esta, mi nueva casa, conquistada con recelo, me da la sensación de ser una extensión del espacio con mi hija en el centro histórico de Quito.
Es increíble como sin pensarlo, los abrazos se extienden y toman el tiempo que se reconstruye en un territorio a 1792 kilómetros de distancia. Aquí soy yo quien lo habita. Nuestros cuerpos se extienden, territorios completos y territorios partidos, somos territorios diversos. En esa confusión, un poco de rabia de otros tiempos también llegó, un poco desubicada y yo sin entender su presencia. Esa rabia provocó heridas, desconciertos, palabras fuertes, palabras cortantes, silencios, lamentos. Pero ella es un pasajero del tiempo que ya no me pertenece, extraña y extrañada yo de volver a verla. La devastación dejó huellas como las de un huracán que no se reparan o si lo hacen no vuelven a su belleza inicial. Así que con la fuerza del después me tocará reconstruir las fracturas que ha causado.
En medio de la locura, mi perra se enfermó. Un ser vivo enfermo me angustia. Pienso que soy torpe para el cuidado, controlar las dosis precisas de los medicamentos me ofusca, la calma cuando ningún cambio parece estar sucediendo me enloquece. Tal vez no se trata del cuidado, se trata del miedo a la perdida, como si un desenlace fuese posible en cada momento de fragilidad. Viví tantos años pensando en la posibilidad del adiós desde que mi padre enfermó. No podría precisar cuántos años viví con esa angustia, pero fueron muchos, ciertamente hablo de otra intensidad. Llegué a irritar a mi hija con mi miedo por cualquier llamada fuera de horario, pues de alguna manera le trasladaba una tristeza anticipada e innecesaria. Yo me precipitaba al abismo del dolor y caía desprotegida, herida. Ahora es distinto, ahora es solo una señal de la verdad que desearía no conocer.

Mi perra, sin embargo, sanó, un poco a causa de mi cuidado y el de otros que extendieron su amor. En los momentos de luz de este eclipse estuvieron siempre presentes las largas conversaciones de los sábados, el encuentro y recuentro constante con la amiga, las amigas, las cómplices, las siempre presentes. Recordándome la magia de la sororidad en donde todo es vital e importante y todo gracioso e irrelevante, y todo profundo y maravilloso. Qué buenas risas, qué buena escucha, qué buenas historias. Las amigas le ponen sabor a todo, te inyectan la dosis adecuada de la energía que necesitas todo el tiempo y siempre funciona de ida y vuelta. Complicidades que no te cuestionan, que solo inspiran, la que llegó con ocho maletas y comparte mi amor por el vino que no vino por herencia. Los días de luz, también trajeron encuentros escasos e intensos con ese cuerpo al que siento pertenecer. Una historia no contada que me eleva y me llena de abundancia, siguió su ritmo, como ausente del resto, en otra dimensión, de años de distancia, de vidas que inspiran, de voluntades y trajes rojos. Hace veinte cinco años en un juego de la guija, un espíritu me contó que este encuentro llegaría, entonces no lo podía imaginar, una locura pensé. El tiempo es solo una ilusión. Nosotros, los de carne y hueso, no, solo somos almas, sueños, ideas, sensaciones, y ese cuerpo, que llegó sin la más mínima reflexión, me causa hoy una alegría que me embriaga.
Las plantas habitan también mi nueva casa de colores. Esta vez ellas decidieron darme la pauta imponiendo un lenguaje, como asegurándome que este clima es ideal para un nuevo inicio, uno de tantos, uno de muchos nuevos que vendrán. Un color, muchos colores, una gama infinita de intensidad que me alumbra y que luego se obscurece, que me hunde y me vuelve a empujar y con esa misma fuerza me levanta. La magia siempre llega y hoy, un día cualquiera, miro mi casa, miro por mi ventana y el eclipse en el cielo.

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