Lima
- Karina Sarmiento Torres
- 19 jul 2023
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 19 jul 2023
Una mujer, una banca, un perro. Un hombre, un niño, una bicicleta. Una niña, una mujer, un gato. Un chico en una bici. Un grupo de muchachos conversando. Niñas jugando. La gente camina lento. Una pareja cariñosamente se besa. La gente camina de prisa. Dos mujeres se abrazan. La gente respira el aire de la ciudad gris. El día está sombrío, podría pensar que va a llover, pero aquí no llueve. Es solo un día de invierno que no enfría, pero se ensombrece. Las calles de domingo, sin tráfico, son más amigables. Los sonidos de los autos no ahuyentan la calma ni alborotan el ánimo. La gente conversa tranquila, la gente parece escucharse. Los rostros muestran alegría, las sonrisas fluyen. En un lugar de la ciudad, alguien duerme, alguien se levanta, alguien llora, alguien baila, alguien ama, alguien ríe. La ciudad es enorme, caótica y amable. Unos dentro y otras fuera, el poder fragmentado, el poder fluido, el poder corrupto. Los tiempos violentos se confunden con el trajín de la ciudad que avanza. Las carencias, las vitales y las mundanas, se entremezclan entre sudores y gritos. La ciudad gira y no para.

Nunca pensé llegar a este rincón del sur que es tan cercano a mi origen, por la distancia y por la sangre, por la historia y los dichos, por los colores y los sabores. Yo puedo pertenecer a tantos lugares, en ninguno me siento extraña, pero es cierto que algunos me entienden mejor. En este, por ejemplo, hasta el ruido parece habitarme y no porque lo reclame, pero a la final, es en el caos donde al parecer la ciudad habla. Reclama, todo el tiempo reclama el silencio, aun contenido de otros tiempos más violentos. Una historia se devela en los cuerpos conservadores, conservados y en otros progresistas, fuertes, valientes, alegres, diversos, mestizos, negros, indios, rebeldes, de otros continentes, profundos, fragmentados, violados. Intento descubrir los secretos de la ciudad, que se parecen a los míos.
En este torbellino, escucho los sonidos que me habitan. Los sonidos se van enredando de historias infinitas de personas que recuerdo, de sucesos que me hicieron, sonidos que se funden en mi cuerpo presente, sonidos que llevo dentro y se adaptan a este corazón hoy sereno. Cada día es distinto, no me esfuerzo por cambiarlo. Vivir es una acción valiente, en un país aun sin calma. La fuerza de avanzar frente a la ingobernabilidad, la mía propia, no paraliza. Es solo cuando el cuerpo se revela y transgrede y se fuga que acorrala a la razón. El cuerpo libre me permite el placer. Disfrutar es un acto sencillo, el maravillarse por un atardecer. El contemplar el mar y su inmensidad. Compartir con amigas, tomar un café, escuchar sus historias, sus sueños, sus dudas y las mías también. Ver los árboles de mi infancia transcurrida en otro lugar, en este territorio seco, el laurel, el tulipán, esas flores rojas con las que jugaba con las amigas del barrio. La ciudad gris me sorprende, aún más cuando me cobija con afectos nuevos, tiernos y divertidos. Los colores de la ciudad brillan en las personas que me hablan, me abrazan o tan solo acompañan sin saberlo. Cómo es posible reencontrarse con esas sensaciones de infancia, de adolescencia, de adulta, aquí en un lugar que se supone es ajeno.
Yo, en este tiempo de colores de otoño, me asombro de los pasos recorridos. No se puede contar todas las conversaciones ni las palabras dichas ni aquellas que se quedaron atoradas sin nunca poder salir. Las angustias de un día son hoy cualquier cosa. Todo el mundo que llevo dentro de viajes incontables, de historias distintas, de idiomas diferentes, de todas las edades, de sueños, de personas, de pequeñas mascotas, brillan en este cuerpo de mujer que escogí o asumí ser. Ahora también está el placer de saberme yo, de conocer la fuerza que me mueve con curiosidad y con certeza. En este tiempo tranquilo por mi propio ritmo, puedo respirar. Los miedos y culpas, las ha barrido el tiempo. El aire que pasa por mis pulmones se escucha como un zumbido que me alegra. El mundo que trascurre a mi alrededor se conecta con esta calma. Entonces, está Lima, la ciudad gris y brillante, ambivalente, que me comparte su ritmo y se conecta con mi corazón y su latido. Sin duda, yo aquí vivo.

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